lunes, 9 de marzo de 2020

En cuarentena 1x08: Cómo aprobé filosofía gracias a Los Miserables (1ª parte)

Releer el discurso de graduación este sábado me ha traído preciados y muy diversos recuerdos de mi etapa en el instituto, especialmente de los dos últimos años que con tanta presión oprimen al estudiante medio y tantísimas carcajadas nos supusieron a mis amigos y a mi. Expulsiones al pasillo, escaqueos para jugar en la nieve, partidas de cartas en plena clase y canciones de Bocelli a capella desde las últimas filas son solo un par de las muchas anécdotas que se me ocurren a vuelapluma sobre el bachillerato, y no he podido evitar rebuscar entre mis cuadernos de aquella época (donde asoman solo un par de hojas de apuntes entre letras de canciones, caricaturas de profesores, rankings de películas e interminables listas de Pokémon) para dar con la solución a una de las incógnitas que muchos de mis compañeros se plantearon allá por 2014: ¿cómo conseguí aprobar la asignatura de filosofía en 1º de bachiller?
Un martes cualquiera a cuarta hora, cumpliendo la rutina.
El drama inició con una simple mirada de complicidad, no tan inocente como insonora, entre mi buen amigo Zapico y un servidor. Las insoportables lecciones de filosofía que impartía aquel sujeto al que todos terminamos por coger cariño nos provocaba tal somnolencia que, con tal de no sucumbir al tedioso tono de voz que nos adoctrinaba, cualquier excusa era buena; pero lo cierto es que aquel día no nos dio por jugar al póquer ni tararear entre dientes el himno del F. C. Barcelona (historia que da para otra entrada), así que simplemente me di la vuelta y nos miramos con una expresión que, eso sí, no daba pie a malas interpretaciones: "qué coñazo". El simple gesto de volverme provocó nuestra expulsión al pasillo, donde pasaba tantas horas al día que ya había memorizado el número de baldosines y la frecuencia con que parpadeaban por minuto las luces del baño de los chicos (esos en los que, como intentaron censurar en mi discurso, no había váteres). Que por una vez me echasen acompañado, y encima de uno de mis mejores amigos, insufló en ambos la confianza suficiente para plantar cara al tirano y negarnos a hacer las tropecientas copias que nos mandaría entregar al día siguiente, con (a toro pasado) jocosas consecuencias: nos aseguró que, siendo bien conocedor de lo proclives que éramos a estudiar a última hora, era totalmente imposible que aprobásemos ese curso y haría todo lo que estuviera en su mano para procurarlo. Fue la excusa perfecta para no dar palo el resto del año lectivo, y limitar sus clases a estudiar los exámenes que tocaran la hora siguiente o sabotear dulcemente las clases de filosofía con fines meramente lúdicos (y sanitarios, pues desarrollar somnolencia crónica a los 16 años no puede ser bueno... todo fuera por el bien común).
Acabé presentándome en septiembre por mi negativa a seguirle el juego al susodicho, lo que tiene el orgullo... la cuestión es que el examen no era el único requisito para salvar la materia, y era necesario presentar una serie de trabajos respondiendo a cuestiones concretas de corte filosófica. En lugar de cumplir con el formulario estándar que proponían como modelo, decidí lanzarme a redactar una tesis de unas veinte páginas sobre la película musical que había marcado mi adolescencia hasta el punto de ser una canción de la misma la que interpreté sobre el escenario en la graduación, como os relataba el sábado: los Miserables. El contenido fue lo suficientemente enriquecedor como para plantarme, sin expectativas de ello, en un notable alto como media del expediente académico.
Me parece razón más que suficiente para presentaros, dividido en un par de entradas, el trabajo con el que realicé tan ardua tarea. No he vuelto a retocarlo desde aquel tiempo, por lo que ateneos a lo que buenamente redacté hace ya seis años. Con todos vosotros, mi anteproyecto de tesis sobre los Miserables.
He decidido realizar un comentario (desde una perspectiva, a mi juicio, filosófica) sobre la película musical Los Miserables (2012), así como sobre la obra homónima del romántico francés Victor Hugo, en la que está basada. Hago esto consciente de la existencia del cuestionario programado para la visualización de dicho largometraje en el "vídeo-fórum" del pasado curso (al que en su día asistí), pero he preferido expandir las ideas que me ha sugerido la obra relativas a la asignatura de filosofía en un formato más acorde a modo de disertación. A pesar de ello, trataré de contestar a las diversas cuestiones planteadas en dicho cuestionario en mi reseña sobre la obra a tratar, expuesta a continuación.

Breve resumen de la obra. Introducción de los personajes principales.
El argumento comienza en el presidio de Toulon en 1815, donde un convicto de nombre Jean Valjean es puesto en libertad condicional tras diecinueve años de prisión. En el colmo de la pobreza es acogido por el obispo Myriel, quien da la cara por él ante la autoridad ofreciéndole la plata que anteriormente Valjean había tratado de robarle. Este hecho marca al expresidiario hasta inducirle a llevar una vida honorable, así como a romper su libertad condicional.
Ocho años más tarde, Valjean (bajo el pseudónimo de Madeleine) se ha convertido en el respetado alcalde de un humilde poblado industrial. En él, una desdichada madre soltera llamada Fantine se ve obligada a ejercer como prostituta en los muelles de la ciudad para pagar a unos diabólicos mesoneros el mantenimiento de su hija Cosette. Cuando Valjean tiene noticia de esto, rescata a la pequeña de su confinamiento abandonando su cargo para criar a la hija de la ya fallecida Fantine, siempre perseguido por el implacable cumplidor de la justicia, el antiguo guarda de presidio y ahora inspector Javert.
Otros tantos años después, París está sumida completamente en la miseria, lo que lleva a un grupo de estudiantes liderados por Enjolras a levantar una barricada con la esperanza de que estalle una nueva revolución. Tanto Jean Valjean como Javert acaban envueltos en la contienda: el primero con la esperanza de salvar al enamorado de su hija, Marius; el segundo como espía y más tarde rehén de los revolucionarios, siendo liberado por Valjean en medio del tumulto. La barricada es destruida y todos los revolucionarios ejecutados, salvo Marius que es rescatado por Valjean a través de las cloacas. Incapaz de concebir la idea de que la moral entre en rivalidad con la ley a la hora de dar o no caza al fugitivo, Javert se arroja al Sena. Finalmente, Valjean también fallece rodeado de unos recién casados Marius y Cosette, y su espíritu se reúne con los de Fantine, el obispo Myriel y los revolucionarios.

Jean Valjean y la redención. Who am I?
El personaje principal de la obra que nos ocupa es en quien se nota una verdadera evolución a lo largo de la obra: Jean Valjean. Además, la caracterización del personaje en la película (encarnado por un soberbio Hugh Jackman, quien se quedó a las puertas del Óscar) nos ayuda a ver reflejado el cambio de su conducta y su forma de pensar. En primer lugar, tenemos al recién salido de presidio: pobre, harapiento, caracterizado por un tremendo rencor hacia la sociedad y hacia la justicia después de haber sido arrestado por robar un mendrugo de pan para alimentar a su sobrino, delito que pagó con diecinueve años de trabajos forzados (un castigo totalmente desproporcionado); su único objetivo es sobrevivir a toda costa, sin importar la legalidad de sus actos, como demuestra al robar la plata del obispo de Digne. Sin embargo, el acto de bondad del clérigo cuando miente a la autoridad para salvar a Valjean poniendo como única excusa la salvación de su alma desconcierta al exconvicto hasta tal punto que, tomando como referencia textual las últimas palabras del obispo hacia él ("debes usar esta valiosa plata para convertirte en un hombre honesto"), rompe su condicional como signo de su ruptura con el "Valjean viejo", para dar paso a un hombre nuevo bondadoso, lleno de amor y misericordia: hacia Fantine a la hora de rescatarla de la calle y llevarse a su hija a quien cría y ofrece todo tipo de lujos; hacia Marius, el estudiante enamorado de Cosette, quien aun siendo desconocido para él le lleva a arriesgar su vida en la barricada; y en último lugar hacia Javert, en quien reproduce casi a la exactitud la escena del perdón del obispo Myriel cuando le libera en la barricada en lugar de ejecutarle, consciente de que lo único que iba a obtener a cambio por parte del inspector era la reanudación de su eterna persecución.
Esto demuestra una gran fuerza de voluntad y magnanimidad por parte de Valjean: teniendo en sus manos el poder de cortar el último cabo que lo ataba a su vida delictiva, pudiendo eliminar al insistente perseguidor que lo había atormentado y llevado a estar escondiéndose una y otra vez durante toda una vida, decide liberar a su prisionero, arriesgándose incluso a volver a presidio después de todos los largos años que había pasado tratando de eludirlo.
Sin embargo, antes de todo esto Valjean se enfrenta a un dilema moral que casi logra que la duración de la película hubiera sido dos horas más breve, cuando un preso anónimo (en el libro, un tal Champantieu) es confundido con él y llevado a juicio acusado de sus cargos. Valjean llega a cuestionarse la eficacia de los actos del obispo: ¿para qué le ayudó el buen sacerdote en su día y le indujo a actuar de manera honorable si en cuestión de tiempo iba a tener que volver a prisión por dar la cara por un desconocido? ¿No sería mejor hacer oídos sordos y conservar su vida, su cargo político... y no dejar de lado a los centenares de trabajadores a su cargo, cuyo destino será incierto si revela su condición? Al ritmo de la melodía de Who am I? (¿Quién soy yo?), el buen alcalde termina irrumpiendo en el juzgado a tiempo de liberar al inocente, cargando de nuevo con el (sobre)peso de la justicia sobre sus hombros.
Por último, ya en su agonía, Valjean renuncia a pasar sus últimos días junto a su amada Cosette para no involucrarla (así como a su futuro yerno) en caso de que la justicia dé finalmente con él, y le confiesa a Marius la "oscuridad" de su pasado de prófugo. Este último, en su ceguera, le permite escapar y jura no revelar jamás a su prometida la información que se le ha revelado, sin saber que fue el propio Jean Valjean quien salvó su vida en las barricadas unos pocos días atrás. Podríamos decir, pues, que en Jean Valjean se ve un claro ejemplo de misericordia y amor incondicional, reflejados antes en la figura del anciano obispo, con unos claros ideales católicos y una ética basada en el perdón, la caridad y el amor hacia el prójimo.

La verdadera "miseria": Fantine, Eponine, Gavroche... y los Thénardier.
Paralelamente, encontramos historias que reflejan de forma más literal el título de la obra. El personaje de Fantine (que le valió el Óscar a mejor actriz secundaria a Anne Hathaway) es posiblemente el más desgraciado de toda la obra. Una madre soltera que tuvo una aventura amorosa en su juventud de la que nació Cosette, hecho cual pagó durante el resto de su vida al verse obligada a enviar todos sus ingresos a quienes cuidaban de su hija en pésimas condiciones; más tarde, tras ser descubierta su condición y ser despedida de su empleo, se ve empujada por las circunstancias a ejercer la prostitución en los muelles de la ciudad. Es allí donde tiene lugar su reflexión sobre la fugacidad del tiempo, sobre el pasado, el amor, la locura, el peligro de tomar decisiones a la ligera... en una emotiva escena en la que entona la galardonada I dreamed a dream (Soñé un sueño).
Años después entra en escena Eponine, hija de los Thénardier, que se crió viendo cómo la desdichada Cosette luchaba por sobrevivir en el mesón de sus padres mientras ella disfrutaba de todos los caprichos que estos le ofrecían. Cuando pierden el negocio, se ve arrastrada a colaborar con ellos en numerosas estafas y atracos por las calles de París. Es allí donde conoce y se enamora perdidamente de Marius Pontmercy, un estudiante de leyes de ideales republicanos. Por desgracia, el joven nunca llega a corresponder su afecto y considera a Eponine una amiga más. La situación comienza a ser cada vez más delicada cuando Marius cae ensimismado de una ya adulta Cosette. Es curioso cómo la ahora mendiga Eponine sigue siendo la contrapartida de la hija de Fantine, que ahora forma parte junto a su padre adoptivo de la clase social privilegiada tras la pasada revolución: la burguesía. La desdichada Eponine se siente más humillada todavía cuando Marius le envía a que busque a la desconocida mujer, asistiendo conmocionada al encuentro de su enamorado con Cosette. A pesar de su indignación por su amor no correspondido, demuestra ser poseedora de una bondad que, desde luego, no ha heredado de ninguno de sus progenitores (como veremos a continuación): cuando la banda de ladrones pretende atracar la casa de Valjean y Cosette, Eponine les alerta con un grito en lugar de echarse a un lado o, incluso, haber ayudado a los atracadores para así haber quitado de en medio a su 'rival'. Lo que la muchacha demuestra con este gesto es que su amor hacia el joven estudiante ha pasado a un nivel superior: ya no es un mero deseo posesivo, un encaprichamiento, no quiere a Marius para sí misma sino que le ama incondicionalmente, hasta el punto de desear la felicidad de este aunque ello suponga privarse a sí misma de su compañía y, por ende, de su propia felicidad. Finalmente, Eponine se introducirá entro los revolucionarios de la barricada y se interpondrá entre su amor imposible y una bala destinada a acabar con su vida, confesándole a Marius su amor antes de morir en sus brazos.
En la revuelta de París encontramos también a Gavroche, un pilluelo muy espabilado que presta su ayuda a los jóvenes revolucionarios llegando a ser la clave de sus primeras victorias en su lucha por derrocar el sistema. Es también el responsable de desenmascarar al espía Javert. Parece que la inocencia de este ser es tal que le impide desesperar por su desdichada vida en la capital francesa, teniendo la suficiente fuerza de carácter como para no borrar nunca su sonrisa ni perder en ningún momento la fe en el progreso. En la novela tenemos un aliciente que hace tomar al personaje un rol aún más trágico: Gavroche es también hijo de los Thénardier, abandonado por la pareja de mesoneros a su suerte por no tener recursos para mantenerlo. Cuando los estudiantes asumen el poco tiempo de vida que les queda, solamente él encuentra el coraje para comenzar a entonar el himno revolucionario, lanzándose a recoger los cartuchos de pólvora esparcidos por el campo de batalla, donde muere tiroteado por la guardia nacional sin que sus compañeros puedan impedirlo.
Por último, desde otra acepción de la palabra "miseria" tenemos a los villanos de la obra: los Thénardier. Diabólicos, sin escrúpulos, y a su vez patéticos, desde el momento en que hacen su aparición como mesoneros de Montfermeil, pasando por su papel de atracadores en París, registrando los bolsillos de los cadáveres en las alcantarillas de la ciudad en busca de baratijas y objetos de valor o, incluso, haciéndose pasar por nobles para así colarse en la ceremonia de la boda de Marius y Cosette para tratar de embaucar al recién casado. Además, parece que siempre son sus imprevisibles apariciones las que hacen que cambie el transcurso de la obra: son ellos quienes ponen en dos ocasiones a Javert sobre la pista del exconvicto; su fallido atraco en las calles (en el libro, en un escenario muy diferente como lo es el de la Maison Gourbeau, episodio sintetizado en la adaptación fílmica por motivos de duración) y en Rue Plumet es lo que ocasiona que Valjean y Cosette se muden a otra casa y, por tanto, lo que lleve a Marius ante la desaparición de su amor a combatir junto a los estudiantes (y su contribución será una pieza fundamental en el desarrollo del conflicto de la barricada); el antiguo mesonero es también el que registra al agonizante Marius en las cloacas de París, y quien indica a Jean Valjean el camino para salir de las alcantarillas, donde se topará con Javert por última vez; además, son también quienes, cuando intentaban embaucar a la pareja, terminan por revelarles inconscientemente la verdad sobre Valjean y su paradero final. La locura y la maldad les acompañan allá donde van.

Mañana publicaré la segunda mitad de la tesis, que la entrada ha quedado algo más larga de lo que esperaba. ¡Hasta más leer, miserables (nunca mejor dicho)!

No hay comentarios:

Publicar un comentario