domingo, 15 de marzo de 2020

En cuarentena 1x14: Déjame que te cuente...

Hoy quiero compartir con vosotros un pequeño ensayo sobre las inspiraciones e intenciones de uno de los libros que más me ha ayudado en algunos de los días más grises de mi adolescencia, recomendado por mi madre en una mala temporada que se hubiese alargado en el tiempo de no ser por ciertas dosis de optimismo literario que me sacaron del hoyo gracias, entre otros muchos, a Déjame que te cuente, de Jorge Bucay. El libro como tal fue publicado por primera vez en 2002, aunque es una readaptación española del texto original del mismo autor, Recuentos para Demián, cuya primera edición en Argentina data de marzo de 1994. La versión analizada añade, entre otras cosas, un prólogo que relata el primer encuentro entre los dos personajes principales de la trama principal de la obra, que no es sino un compendio de fábulas y cuentos populares narrados de forma diegética (esto es, dentro de la propia historia) en un contexto muy determinado.
Sinopsis
Demián es un joven algo desorientado con bastantes problemas en sus relaciones personales, derivados en su mayoría de su temperamento.
Un día, recomendado por una amiga cercana, acude a la consulta de un psicoterapeuta gestáltico que se ha granjeado entre la silenciosa multitud una fama de hombre directo y poco convencional. Para su sorpresa, la consulta del susodicho resulta ser una habitación desordenada donde un hombre regordete de aspecto rural y bonachón llamado Jorge aguarda sentado en su sillón tomando un mate a que sus pacientes se acomoden sin llamar a la puerta.
El carácter de Jorge, a quien Demián se referirá desde su primer encuentro como «el Gordo», le resulta difícil de sobrellevar en algunas ocasiones, por ver en él los síntomas de un desmesurado ego; sin embargo, conforme avancen las sesiones, ese rechazo inicial que siente hacia su nuevo terapeuta se va transformando en respeto y admiración por quien se convertirá en su máximo confidente y, ante todo, demostrará ser un gran profesional.
La metodología que el singular psicólogo lleva a cabo en sus reuniones con Demián consiste en relatarle una serie de historias, fábulas de tono inocente, como quien relata cuentos a un niño antes de irse a dormir, para apaciguar sus ánimos y tratar de responder a los múltiples conflictos emocionales que afectan profundamente las relaciones familiares del protagonista. En un intento por simplificar la ecuación que asfixia el día a día de su paciente, Jorge le sumerge a él y al lector en un mundo fantástico donde cada decisión tiene su correspondencia con la vida real, siendo la moraleja del relato la solución para el problema en cuestión.

Composición y estructura general
A excepción del prólogo y del epílogo, la obra se compone de un total de cincuenta capítulos equivalentes a los cincuenta relatos que les acompañan, uno dentro de cada capítulo. El título de cada apartado, por tanto, suele ser el del cuento que se va a relatar (Carpintería “El Siete”, El gato del ashram, El reloj parado a las siete); sin embargo, hay algunas excepciones que hacen referencia a una parte de la terapia de «el Gordo» o su interpretación del cuento, sin que el título aparezca implícitamente en el propio relato (Factor común, Autorrechazo); e incluso aparece uno titulado como una protesta de Demián que el psicoterapeuta hace suya, repitiéndola de forma irónica (¿Qué clase de terapia es esta?).
Cada capítulo inicia con un breve diálogo entre Jorge y Demián, en el que se expone la situación que trae de cabeza al segundo antes de que el primero, con una vehemencia que suele crispar los nervios del paciente en un primer momento, se lance a contar la historia. En el primer capítulo se especifica que, en cada sesión, Jorge iniciaba su relato con la expresión “Déjame que te cuente…”, de ahí el nuevo título que recibió la obra en su reedición más reciente; aunque en los episodios sucesivos eluden volver a incluir tal fórmula, sobreentendiendo su aparición al inicio de cada cuento, que aparece convenientemente marcado por el cambio de la fuente tipográfica.
Los cuentos siguen una estructura lineal, sin desviarse de la fórmula popular de presentación del protagonista, desarrollo de la trama, nudo y desenlace. En algunos casos se trata de cuentos breves, fábulas de argumento muy simple que presentan una única situación a la que tienen que hacer frente unos personajes, siendo la mayoría de las veces el desenlace lo que ayudará a Demián en sus devenires personales. Ejemplo de esto pueden ser El elefante encadenado, Las ranitas en la nata y El cruce del río. También aparecen historias de una longitud más considerable, como Otra vez las monedas y El portero del prostíbulo; y algunas todavía más breves que las primeras, como la historieta del abuelo borrachín relatada en Factor común, que sólo consta de ocho versos:
«Mi abuelo era bastante borrachín.
Lo que más le gustaba beber era anís turco.
 Bebía anís y le añadía agua, para rebajarlo,
pero se emborrachaba igual.
Entonces bebía whisky con agua y se emborrachaba.
Y bebía vino con agua y se emborrachaba.
Hasta que un día decidió curarse…
y dejó… ¡el agua!»
También hay algunos capítulos que se escapan al prototipo de consulta/problema seguido de relato/solución, como es el caso de Las alas son para volar, donde el cuento aparece precedido únicamente por “Ese día, Jorge me esperaba con un cuento”. El capítulo siguiente, ¿Quién eres?, incluye una reflexión final del psicoanalista una vez concluido el cuento, a la que le sigue un añadido al relato que ilustra a Demián la moraleja de forma bastante explícita (algo parecido a lo que ocurre en El elefante encadenado, Carpintería “El Siete”, El leñador tenaz y La gallina en los patitos, aunque en estos la explicación de Jorge se hace de forma externa al relato infantil).
Incluso aparece un capítulo que incluye no un relato sino dos, Dos de Diógenes, pero debido a su brevedad e interrelación aparecen incluidos como un único cuento. El número de relatos, por tanto, asciende a cincuenta y uno.

El autor
Jorge Bucay nace en 1949 en Buenos Aires, en el barrio porteño de Floresta. Cursará medicina en la Universidad de su ciudad natal, especializándose en enfermedades mentales; ello le permite ingresar en el equipo de interconsulta del servicio de Psicopatología del hospital Pirovano.
Ya poseedor de cierto reconocimiento, sigue formándose en diferentes cursos por Argentina, Chile y Estados Unidos, países que también frecuentará como ponente en diversos seminarios, así como en Italia y España. Como miembro de la Asociación Americana de Terapia Gestáltica se ha especializado en las consultas a adultos, parejas y grupos, y también coordina varios grupos docentes terapéuticos en España y México.
Bucay tiene ya varias docenas de libros publicados, siendo el primero de ellos en alcanzar cierta relevancia Cartas para Claudia (1986), en el que ya incluyó la fórmula de transmitir mensajes a través de las moralejas de cuentos infantiles, y que también fue el pistoletazo de salida para la trilogía que, indirectamente, acabaría conformando junto a Recuentos para Demián (o, en su defecto, Déjame que te cuente) y Cuenta conmigo (2006). Estos tres libros siguen de cerca la vida de Claudia, el primero, y Demián, los dos siguientes, que en determinados momentos de su vida deciden acudir a la consulta de un irreverente psicoanalista que no resulta ser otro que el propio Jorge Bucay. Es Claudia, la protagonista del primer libro, quien recomendará a Demián acudir a esta terapia, hecho relatado en esta segunda parte, y las consultas de este último se alargarán hasta el tercer y último libro, más dedicado a explorar el ámbito más personal de Demián con su pareja.
En todo momento, Jorge Bucay ha reivindicado la recuperación de los cuentos tradicionales como forma ideal de comunicación, como bien plasma en sus libros. El formato de sus historias sigue unas pautas que, pese a no ser para nada novedosas en la historia de la literatura, sí que llevan bastante tiempo sin ser objeto de interés para los autores de la época. Emplea para ello un registro coloquial, sencillo y extremadamente ligero, de modo que sus composiciones suelen ser maleables a todos los grupos sociales y edades, tanto por la temática como por la facilidad de lectura. Los cuentos son, además, muy fáciles de entender y de extrapolar a la vida diaria, de modo que el lector puede tomar el modelo terapéutico de «el Gordo» con Claudia o Demián como una suerte de consulta personal por vía escrita.

Influencias e inspiraciones literarias
Los cuentos tradicionales de forma individual tienen distinta procedencia, incluyendo al final del libro un listado bibliográfico y un anexo en el que se especifica la fuente de la que bebe cada cuento. Por nombrar algunas de ellas, se mencionan versiones de cuentos tradicionales argentinos (Pobres ovejas), rusos (El hombre que se creía muerto), sefardíes (El plantador de dátiles, El verdadero valor del anillo), franceses (La mirada del amor), judíos (Otra vez las monedas) o hindúes (¡No mezclar!), así como versiones libres y adaptaciones de otros autores como Giovanni Papini (El reloj parado a las siete, ¿Quién eres?) o Moss Roberts (El juez justo), historias talmúdicas (El tesoro enterrado), planteamientos socráticos (El sueño del esclavo) e incluso refranes populares adaptados al formato de cuento popular (La teta o la leche). Otros tantos, cabe mencionar, son ideas originales del autor (El elefante encadenado, El ladrillo boomerang, El laberinto, Dos números menos, Yo soy Peter…).
Respecto al formato de la historia como colección de cuentos, tiene claras reminiscencias a numerosas composiciones clásicas que han bañado la obra literaria universal desde los albores de la escritura. Sin ir más lejos, el Panchatantra se sitúa alrededor del 200 a.C., siendo la primera colección de cuentos de la que se tiene constancia; con su traducción del sánscrito al árabe sería renombrada como Calila e Dimna en el siglo VII d.C. (versión a la que se hicieron varios añadidos), compartiendo ambas ediciones grandes similitudes con muchas de las conocidas fábulas de Esopo.
Nuestra obra guarda todavía más similitudes con Las mil y una noches, pudiendo establecer un claro paralelismo entre los relatos de la consulta de «el Gordo» con Demián y los intentos de la desdichada Sherezade por eludir su destino frente al sultán Shahriar, relatándole para ello esos “mil y un” relatos (entre los que, conviene recordar, no figuraban Simbad el Marino ni Aladino y la lámpara maravillosa).
Un ejemplo similar lo constituiría El conde Lucanor de Don Juan Manuel, obra del s. XIV dividida en cinco partes que se asemeja todavía más al libro de Bucay al incluir ambos el mismo número de cuentos: cincuenta y uno. Su temática es prácticamente idéntica al hilo conductor de los cuentos dedicados a Demián, siendo en este caso un aquejado conde el que acude a su consejero Patronio en busca de consuelo. Paradójicamente, el contexto histórico de la época hacía que el asesor servía al paciente en una posición, en este caso, de inferioridad, mientras que Jorge no deja de ser un profesional como otro cualquiera recibiendo a sus clientes. Ambas producciones, además, tienen un claro propósito educativo que prima sobre la lectura por mero entretenimiento.
En un contexto cercano encontraríamos también el Decamerón de Bocaccio en Italia, cien cuentos de temática existencialista que serían considerados como una de las obras base sobre las que se levantó el Renacimiento, y los Cuentos de Canterbury de Chaucer en Inglaterra, este último compilando relatos escritos (como el Panchatantra original) tanto en prosa como en verso.
No resulta tan sorprendente que, de entre todas las mencionadas, la obra de la que más parece beber el libro de Bucay, tanto en formato como en la estructura de sus narraciones, es la única que forma parte de la literatura de habla hispana.

Intencionalidad de la obra
Tomando en cuenta la resolución del punto anterior, queda claro que la intencionalidad de Déjame que te cuente (y, en términos generales, de toda obra publicada por este mismo autor) es evidentemente didáctica. La extensa formación de Jorge Bucay como psicoanalista, así como los numerosos cargos que ha ostentado en diversas asociaciones del gremio, son prueba suficiente de que el dominio y conocimiento de las condiciones psicológicas del ser humano de los que puede parecer que hace alarde en algunas partes del libro son perfectamente legítimos.
Muchos críticos han tachado la producción de Bucay de simplista y mediocre, la mayoría de las veces juzgándola tan duramente por emplear un lenguaje sencillo acorde a su propósito: ayudar a quien lo necesite, sin exigir un determinado nivel de lectura o un dominio de la prosa que sí que requieren muchas obras literarias de gran renombre.
La diferencia que separa a todas ellas de este libro es que su autor no es un literato de vocación, con pretensiones de alcanzar ventas, prestigio, fama o un merecido legado, sino un médico; un terapeuta formado profesionalmente para ayudar a los demás. Él mismo se define a sí mismo como “ayudante profesional; lo de ayudante por la ayuda, y lo de profesional porque estoy entrenado para el trabajo”. Con sus libros procura ofrecer las herramientas necesarias para que cada quien sea capaz de curarse a sí mismo, pequeñas dosis de autoayuda, lo que viene también condicionado por su especialización en la psicoterapia gestáltica.

Conclusiones y opinión personal
Si bien es ineludible el considerar esta obra como una especie de evolución de El conde Lucanor, la realidad es que nos muestra un argumento extremadamente sencillo: un chico cualquiera tiene que afrontar los problemas cotidianos con los que cualquier persona puede topar en su vida diaria, quizás con el punto a favor de que lo explica todo en una clave más actual. Ese toque de falta de autoestima al personaje de Demián recuerda en más de una ocasión a Jorge de Inglaterra en El Discurso del Rey, dándole un alivio cómico a sus salidas de tono en la consulta con las que más de uno nos sentiremos identificados. Las obvias intenciones educativas y terapéuticas de los cuentos no le restan calidad a la obra, sino que le dotan de un factor singular: la honestidad del escrito, reforzado por una prosa sencilla y libre de fórmulas rimbombantes o aliteraciones retóricas que, si bien embellecen el contenido de muchas composiciones en las que resultan adecuadas si son introducidas correctamente, en este caso no harían sino entorpecer una narrativa más centrada en ser comprendida por el lector que en demostrar el nivel dialéctico del autor. Sea como sea, se trata de una obra espléndida que merece una ojeada en esos momentos en los que uno no sabe hacia dónde avanzar. ¡Un gran libro!

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