sábado, 14 de marzo de 2020

En cuarentena 1x13: Sobre el 'pop art' y el sueño americano

Vuelvo al tablao con las pilas cargadas (ver la nevera a reventar también ayuda) para surtiros con mis pequeñas aportaciones a la disipación del tema que preocupa a todo hijo de vecino, si bien está involuntariamente presente en el nombre de la sección que, en un principio, iba enfocado al tiempo de cuaresma. Más que curioso, aquí os dejo una reflexión al respecto. Este párrafo es todo lo que escribiré respecto al tema que nos agita en este blog, quien quiera profundizar en ello tiene sobrados rincones alternativos para ello (aunque si queréis informaros sin miedo a los bulos, os recomendaría alejaros un tiempo de internet).
¿Y de qué vamos a hablar hoy? Me he percatado de que a estas alturas aún no he compartido con vosotros ni una triste entrada de lo (poco) que he podido aprender en estos cinco años de carrera, centrándome en mis aficiones culturetas como principal motor de la temática bloguera. Por eso me ha parecido interesante dar el primer paso con una de las composiciones de las que más orgulloso estoy a cinco años de haber iniciado el Doble grado en Historia e Hª del Arte, en el que comento unas curiosas opiniones de la experta en arte contemporáneo Estrella de Diego Otero. Siendo una de las disciplinas artísticas que menos me interesaba a priori y que más prejuicios levanta a nivel general, la revindicación del 'arte pop' como una tendencia a tener en cuenta de cara a reflexionar sobre las aplicaciones de las artes plásticas en el ámbito social más popular. Espero que lo encontréis interesante.
«Cualidad para desvelar la capacidad de transformación en los objetos cotidianos de la modernidad». Estas palabras de Estrella de Diego son una apropiada definición del Pop art, a la vez que revelan su característica más diferenciadora.
Pese a que la mercantilización del arte sea uno de los logros más destacables del movimiento Pop, me parece que ha repercutido mucho más en el mundo contemporáneo esa reestructuración de los esquemas seguidos durante siglos por la gran cantidad de individuos que han alcanzado la denominación de artistas, que podríamos expresar como el descendimiento del objeto artístico desde la sublimidad que ha alcanzado a lo largo de la historia del arte hasta el mundo terrenal en que nos encontramos, la vida cotidiana, dándonos la oportunidad de entender un elemento sencillo (casi humilde, dado que no pretende engañar respecto a su naturaleza: Lata grande de sopa Campbell’s indudablemente refiere a una lata de sopa de la misma marca) como una auténtica obra de arte.
La influencia del psicoanálisis de Freud, cuya vinculación al arte contemporáneo quedó ya patente en el Expresionismo Abstracto varias décadas antes, me parece que viene bastante a colación con todo esto. Concretamente, a la hora de juzgar al propio fenómeno artístico como un espacio donde unos pocos abanderados hacen pública las críticas y ante todo las necesidades de una sociedad. Dicho de otro modo, y no por ello contradiciendo el pensamiento de Theodor Adorno sobre la poesía después deAuschwitz, la sociedad occidental luchó desde el final de la Segunda Guerra Mundial por dejar atrás tan trágico episodio mediante la reafirmación de ciertos sentimientos comunes a la población como bien pueden ser el capitalismo, el socialismo, los nacionalismos o el patriotismo; pero también encontró un poderoso aliado en esa lucha por confirmar sus ideales en el panorama artístico moderno. Esta idea queda patente en una frase del ya citado psicoanalista:
«La función del arte en la sociedad es edificar,reconstruirnos cuando estamos en tiempo de derrumbe».
Concretamente, el Pop art lleva esto a un nivel superior al servirse de un material que el público mayoritariamente (re)conoce como los objetos cotidianos o las imágenes del mundo del cine o el cómic, para acercar aún más a ellos esta experiencia artística que tanto preocupa a los representantes del arte contemporáneo. Es decir, la importancia concedida por Pollock y sus coetáneos al propio fenómeno del arte, a la esencia del proceso de creación, da un paso más al dejar al alcance de un público más general y mucho menos elitista dicha experiencia, o mejor dicho la asimilación de esa experiencia. Es hablar a la gente en un idioma que reconoce, en un contexto que les es mucho más cómodo a la hora de participar en él.
Tomando como ejemplo la valoración de John Mekas sobre Meshes of the Afternoon, si bien me parece que también es un gran paso adelante en el desarrollo del criterio snob, creo también que guarda un buen parecido con la reiterada crítica al mundo de la literatura acerca de que, para considerar una composición como «obra maestra» debe ser, precisamente, impopular. Lejos de parecerme un espejismo más propio del actual predominio del movimiento hipster en el plano cultural (de la cultura popular), quedando patente que “lo raro está de moda”, me parece un acierto más de este movimiento o del contexto inicial que lo rodea al dar nuevamente a la gente de a pie la oportunidad de conocer un sector cultural parcialmente oculto a los ojos del público resignado a las manifestaciones artísticas publicitadas por uno u otro régimen. A partir de aquí, a mi entender, lo que está bien valorado ha dejado atrás su vinculación con lo que es famoso: no para que una obra artística, literaria o cinematográfica sea bien calificada por la crítica de rigor debe ser necesariamente una obra famosa (o popular).
Este fenómeno retrospectivo mediante el cual la sociedad de los 60 veía a su década predecesora a través de esa lente desorbitada no pone de manifiesto sino la falta de análisis crítico hacia nuestra historia más reciente, que parece eclipsada por los medios que han tendido a exagerar sus características (o inventárselas directamente) desde su aparición. En concreto, la desproporción realizada sobre el papel de la mujer en la sociedad americana y en la familia a fin de cuentas resulta en poco menos que un mito realizado, como bien apunta el texto, con fines terapéuticos para la sociedad de la época, atormentada por una esquizofrenia cuyos límites físicos y psicológicos no podían sino verse agravados por el ensalzamiento de las figuras patrióticas de su propia nación surgidas como armas de contraataque en la guerra entre potencias. Es casi paradójico que la principal consecuencia de este sentimiento nacionalista desinhibido fuese el empobrecimiento emocional de los ciudadanos.
El hecho de concebir ese exceso como un juego paródico ejemplifica de forma magistral el carácter crítico que parece esconder el movimiento Pop Art, y en mi opinión uno de los puntos que lo hacen más interesante y más cercano a la esencia del arte: esta escasez sustituyendo (destituyendo) al exceso. Aquí aparece otro curioso paralelismo con los objetos modernos que, precisamente, los integrantes de este movimiento (indudablemente el ejemplo más apropiado es el propio Warhol) reinventan y les conceden de nuevo su esencia original, su carácter exclusivo; tal y como hacen los mecanismos publicitarios que “ofrecen” sus productos seriados como exclusivos, otro punto paródico interesante propuesto por los artistas pop.
A mi juicio, los trampantojos que esconden los productos cotidianos guardan una comunión patente con las trampas que se esconden tras los anuncios publicitarios, desde esta época (principios de los 60) hasta nuestros días, lo cual no deja de resultar también paradójico.
En lo referente a los contrastes que aparecen dentro de toda esta marabunta de ideas, por ejemplo, en las diferencias regionales del movimiento pop, me parece importante destacar el punto de que ninguna de las dos facciones (americana y británica), pese a sus diferencias en el planteamiento base, se reduce a relacionarse de forma literal con el mundo de la publicidad, al plantear similitudes más que semejanzas. La anécdota del MOMA en 1991 remarca esa cualidad que, aunque en los libros de texto aparezca como el rasgo definitorio de un movimiento artístico más, puede entenderse más bien como el enorme muro que el Pop art echó abajo: lo cotidiano pasaba a considerarse cultura. Lo cual no resta importancia al debate aún abierto entre alta y baja cultura.
Respecto a esto último, aludiendo nuevamente al público receptor de este nuevo concepto de arte, toda obra ligada a este movimiento renovador (especialmente a partir de los años 70/80) guardaba ciertamente cierta compenetración con el espectador que debía de buscar en la información que tenía a mano para, citando al texto de Estrella de Diego, «comprender la magia». Pero no todo se reducía a esto: el significado de esas figuras, de esas imágenes, no se limitaba a la experiencia meramente visual, sino que todo guardaba una esencia oculta al ojo aficionado. «Mirar no bastaba».
Sin embargo, desde un punto de vista que quizá no se salga de la opinión personal, guardar bajo la superficie el alma de la obra y de la experiencia que su autor pretende transmitir al mundo es una característica implícita en la propia definición del arte, diría que es precisamente el corazón de dicho fenómeno; y en él subyacen al mismo tiempo el misterio de dicha experiencia inicial y la riqueza derivada de la variabilidad de sentimientos que puede producir en el público, tanto el más analítico como el que se limita a hacerse con un poco más de cultura popular. Sin todo ese juego de enigmas y preguntas sin respuesta dogmática, el arte, para un gran sector entre el que me incluyo, no tendría sentido.

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