viernes, 27 de marzo de 2020

En cuarentena 1x26: ¿Por qué hay cuatro evangelios?

En este tema no pretendemos abarcar todo lo referente a la figura de Jesucristo, dado que nos quedaríamos bastante cortos. No somos los más doctos ni mucho menos los mejor preparados para entenderlo todo, y nadie lo es. Esto es en gran medida un misterio, por lo que no está llamado a ser racionalizado por ningún hombre en ningún momento de la historia. Cuentan que San Agustín paseaba un día por la playa, ensimismado en sus elucubraciones teológicas para dar con una solución al misterio de la Trinidad, cuando se topó con un niño pequeño que iba y venía trayendo agua de la orilla para llenar un pequeño pozo que había abierto en la arena. Cuando le preguntó qué se proponía, el niño le dijo que estaba intentando sacar todo el agua del mar para meterla en el hoyo. El anciano obispo se echó a reír, "eso es imposible, el mar es inmenso y ese agujero es muy pequeño para contenerlo". El niño respondió: "más imposible es lo que tú estás haciendo, tratando de comprender en tu pequeña mente la naturaleza de Dios mismo". Sin embargo, si Dios nos ha puesto algo sobre los hombros no está de más darle uso para tratar de entender lo que, eso sí, es abarcable para nuestras humildes mentalidades contemporáneas, cada vez más deterioradas. Dicho lo cual, ¿por qué se redactaron cuatro evangelios en lugar de uno?
La visión de San Agustín (Sandro Botticelli, 1487)
Sólo por aclararlo, no me refiero a los escritos descartados del corpus bíblico que hoy llamamos evangelios apócrifos; ése es un tema del que se han escrito torbellinos de artículos (algunos más acertados que otros) fruto de una pormenorizada investigación repetida hasta la saciedad desde los albores de la Iglesia, que ha quedado recogida en infinidad de enciclopedias teológicas a las que es relativamente fácil acceder en nuestros días. La incógnita a la que hoy hacemos frente es por qué varios evangelios, y no uno sólo.
Nos encontramos con un hombre que llegó a nuestro mundo y que dice ser el Mesías, o así nos lo cuentan sus propios discípulos:
Él les preguntó: «Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».
Mateo 16, 15-16
Cristo entrega a Pedro las llaves del Reino de los Cielos (Pietro Perugino, 1480-1482)
Es decir, un Dios que se hizo hombre cuya labor fue la de curar a los enfermos, perdonar a los pecadores, resucitar a los muertos, predicar la humildad, morir por nuestros errores y al tercer día volver a la vida. Algo tremendo, y todo ello comprimido en unas pocas páginas.
¿Y qué sabemos de estas pocas páginas? Bueno, que en la Biblia vienen divididas en cuatro libros, los que hoy conocemos como los cuatro evangelios. La tradición sostiene que cada uno fue escrito por un tipo que vivía en aquellos tiempos y que le dio por apuntarlo en un diario... ¿por qué? Bueno, vete tú a saber, por si resultaba que aquél iluminado que decía perdonar los pecados llegaba a ser alguien importante… y así el nombre de quien tomara nota de sus hazañas también sería recordado.
Siempre deseé ser un apóstol y contar al mundo mi verdad, 
escribirla en los evangelios para así pasar a la posteridad.
La última cena (1970)
¿No cuela? Sí, la letra de Jesucristo Superstar es muy bonita, pero expuesto así resulta poco creíble, la verdad.
¿Por qué nos encontramos con cuatro evangelios, en lugar de uno? No sé si alguna vez os habéis parado a pensar esto, pero en muchos aspectos nos vendría mejor de cara a la persecución de quien no entiende (o no quiere entender) nuestra experiencia. Porque no deja de ser un hecho irrefutable que, si los analizamos desde un punto de vista histórico y meramente literario, nos encontramos con que los evangelios tienen decenas de contradicciones entre sí. Que si Jesús subió al monte en tal día del mes o en aquel otro, que si el discípulo se llamaba de tal manera o su madre era prima lejana de Jesús, que si fue primero a ver a Anás o a Caifás o si fue ante Herodes... y ya ni os cuento si nos metemos en la genealogía, que dos de los evangelios empiezan a ascender en el árbol genealógico de Jesús y uno llega hasta Abraham y el otro hasta Adán, pero los cientos de parientes que hay entre los nombres importantes cada uno los llama de una manera. No contentos con darle a los ateos una madre virgen fecundada por el Espíritu Santo y un Dios que es uno y tres al mismo tiempo, resulta que los libros en los que se cuenta esta locura se contradicen entre ellos.
La cuestión deriva en una doble vertiente en este caso, primero el por qué y luego el para qué. ¿Por qué consideramos que es esto verdaderamente lo importante, este conjunto de detalles nimios? Para los que buscan con lupa argumentos con los que tumbar el cristianismo, claro que es importante. Para quien en su corazón sabe la importancia del testimonio evangélico no como hecho histórico acontecido hace milenios sino como una experiencia revivida en ti y en mi hoy mismo, no tanto.
Sin embargo, es normal que sintamos curiosidad por estos temas, ¿es pecado la inquietud? Si Dios nos puso esto sobre los hombros será para que le demos uso, digo yo que con más razón si es para aprender más acerca de Él. Aclarado el punto, ¿por qué estas diferencias entre versiones? ¿Por qué no hacer una sola versión para ahorrarnos cualquier tipo de explicación a los que nos pretenden atacar? ¿Qué necesidad de dejar cabos sueltos?
Pues la respuesta es más sencilla de lo que parece, si desmontamos la pequeña trampa que he dejado unos renglones más arriba: los detalles en que divergen los cuatro evangelios no son nimiedades, sino las pinceladas finales de cada composición que persiguen, por separado, diversidad de destinatarios con una sola finalidad de carácter común. Reformulando, ¿para qué se escribieron cuatro evangelios? Para llegar a cada hombre de su pueblo santo en su situación particular, para llegar al hombre en su historia. Cada uno tenemos nuestra propia historia, personalidad, debilidades, y no todos podemos encontrarnos con Cristo de la misma manera. Por ello hay diferentes vocaciones, por ello una eucaristía llega a cada uno a través de una lectura diferente, o un mismo evangelio hace identificarse a la asamblea con diversidad de personajes... o lo que es más crudo, por eso una persona vuelve de una experiencia de fe sintiéndose indiferente y al otro, que ha escuchado y atendido lo mismo que él, le ha cambiado la vida para siempre. ¿A que da rabia cuando os pasa esto?
Pues Dios suscitó a unas personas esta labor de recopilar sus enseñanzas no en un escrito para una humanidad, sino en varias ediciones para todas las naciones, de manera que los apóstoles, que conocían bien de qué pie cojeaban los fieles de cada sitio (igual que nuestros catequistas nos conocen a nosotros), podían discernir qué decirle a cada uno para que sintieran ese empujón que les acercara a Cristo y el anuncio del kerygma no les fuese indiferente.
Además, aunque esto cueste un poco más aceptarlo a quien tenga una mentalidad más cerrada, estos cuatro evangelios no los escribieron cuatro personas a su rollo en sus casas, ni mucho menos tomando notas cuando Jesús aún estaba entre ellos. Los evangelios son fruto de una larga tradición de comunidades cristianas, de las primeras comunidades, que recogieron las enseñanzas directas de sus primeros catequistas, los apóstoles, para propiciar la expansión de su mensaje por todo el mundo, y no para que pasase a la posteridad como a veces nos quieren vender. Pasaría, sí, pero no por llevar veinte siglos impreso en un libro, sino porque dos mil años después sigue grabado en el corazón de los fieles, en nuestros corazones, el mensaje de salvación. Porque Cristo no vino para traer devoción, el ser cristiano no es una religión en el sentido estricto de la palabra, no consiste en un grupo de gente que acude a una explicación sobrenatural para justificar lo que no entiende, para que sus hijos puedan dormir por las noches: el cristianismo es una experiencia de fe, un encuentro directo con la misericordia emanada de lo más profundo de nuestro ser a través del sacrificio de aquel que, siendo inocente, cargó con la culpabilidad de nuestros crímenes.
Es decir, las enseñanzas de Jesús las reciben en directo una serie de discípulos que luego se las transmitirán oralmente, como los catequistas a nosotros, de tú a tú, y para llegar a un mayor número de gente estos catecúmenos escriben todo lo que han escuchado en estos evangelios. Como no podía ser de otra forma, estos tienen diferencias entre sí, entre los detalles que un discípulo comentaba y que otro no, y las pinceladas que les daban las propias comunidades que comprimían estas enseñanzas en papel. Para los que sabemos algo del tema de escribir, no sabéis la cantidad de veces, de miles de veces, que una persona es capaz de reescribir un mismo pasaje hasta que siente que está listo para compartirlo con la gente; y en estos evangelios, que no eran una novela ni una epopeya clásica sino un libro de salvación, sobra aclarar que el contenido es mucho más importante. Tal es su sino. Vamos, que esas contradicciones que nos parecen datos irrelevantes son los remates que las primeras comunidades le daban a estos escritos, los pasajes a los que le concedían más importancia de cara a tocar el corazón de los hermanos.
Esto no significa que Mateo, Marcos, Lucas y Juan no fueran los autores originales de los evangelios. Sí que conviene desmentir que fuesen cuatro escritores que redactaron los cuatro tal y como los conocemos, porque es algo que hicieron varias generaciones de comunidades paleocristianas a lo largo del siglo I d.C., pero basándose siempre en las enseñanzas que estos discípulos en concreto les habían transmitido, donde vemos la importancia de la tradición oral.
A este respecto nos puede surgir, dejando de lado los evangelios por un momento, esta cuestión sobre las parábolas. Ya que Jesús había venido aquí a liberarnos de una vida de esclavitud mediante su mensaje de salvación, ¿por qué no exponerlo abiertamente y servirse de esa suerte de fábulas que la mayoría de apóstoles ni si quiera entendían? Os vais a hartar de escuchar esto, pero decir que los apóstoles no eran los más listos de su época es un eufemismo atroz: eran una panda de lerdos. No solo por analfabetismo o falta de cultura, eran personas con pocas luces, brutos. Si os acabo de decir que les costaba entender las parábolas, cuando Jesús se las explicaba con pelos y señales, imaginaos si llega a montar allí una tesis filosófica.
En este aspecto es importante constatar la importancia de las parábolas como medio de transmisión de la fe. Y ello está íntimamente relacionado con la transmisión de los cuentos de hadas a los más pequeños, por la tradición cristiana que tienen consigo en las lecciones que nos dan a la hora de afrontar la vida diaria. La inocencia de los niños les impide recibir ciertas lecciones "sin anestesia", es necesario servirse de símbolos para hacerles llegar información vital aun cuando no son capaces de formular frases completas (¿qué le dirías antes a tu hija de dos años: "cariño, no metas los dedos en el enchufe que puede ser peligroso" o "¡caca!"?). Un ejemplo práctico que me enseñó un buen amigo mío: no es lo mismo decirle a una niña que tenga cuidado con volver a las tantas de la noche por un callejón vestida de tal o cual modo porque puede saltarle un individuo poco recomendable, que contarle el cuento de Caperucita Roja: “ojo si vas por donde no debes, cuando no debes y vestida como no debes, porque te puede asaltar el lobo”. Y es totalmente irrelevante quién tiene la culpa (quien tenga oídos, que oiga); es más, los motivos que llevan a la niña a atravesar el bosque no pueden ser más benignos: va a alimentar a su abuela enferma. ¿Realmente importa más desviar el debate a centrarse en el factor de que el bosque está lleno de lobos? Ponte tú a educar al lobo, yo seguiré contando a mis niños esta parábola en forma de cuento. Te deseo suerte.
Para más información, explorad un poco sobre este tema.
Como este ejemplo hay mil más, y a la hora de la verdad los apóstoles son más cortos de miras que estos niños a los que le cuentas el cuento de Caperucita. ¿Y tú y yo? Ni te cuento, yo hace nueve años que vivo la fe en una pequeña comunidad, llevo leyendo los evangelios desde poco menos de veintidós y tantas veces a lo largo del día sigo sin creerme que Dios me ama, que son tres palabritas de nada... como para entender al Señor cuando habla sin usar parábolas, digamos en el Sermón de la Montaña. Como para pretender amar a tu hermano (mucho menos a tu enemigo), si no entiendes qué es construir tu casa sobre la roca, o por qué tienes que ser la buena tierra y no rodearte de las zarzas que te van a asfixiar, o servirte del aceite necesario para cuando pase el novio. Que viene el novio, que viene hoy, que no tienes que esperar a la Pascua para encontrarte con él, ni a que pase la cuarentena o a que tengas una vida estable y te dé por actuar con un poco más de consecuencia. Cristo quiere llegar hasta ti aquí y ahora, que comprendas su historia para así comprender también la tuya, y para que entiendas por qué Él es el Hijo de Dios, por qué es el Mesías.
Menudo sermón te has montado, diréis. No pretendo apartarme de la principal cuestión que hemos venido a responder, porque todo está en función de llegar a cada uno según su historia. Recapitulemos: ¿a qué colectivo estaba dirigido cada evangelio? Si seguimos un orden cronológico, para que sepáis un poco de historia, tenemos primero el de Marcos (Roma, 65-70 d.C.), que según la tradición era secretario de san Pedro: nos muestra un narrador sencillo que habla para los cristianos que vienen del paganismo, lo que hoy llamaríamos los ateos, quienes antes de esto no conocían a Dios. Va dirigido por tanto a un pueblo sencillo, para lo que usa un lenguaje de la época, y más que en su biografía se centra en el papel de Jesús como jefe de la Iglesia primitiva (abierta y popular, difícil de concebir hoy día), por eso es de los más cortos.
Lucas, médico culto que acompañó a Pablo en muchos de sus viajes, dirige su evangelio a un tal Teófilo, que podemos extrapolar a todo el sector de los gentiles, de los que Pablo trata en muchas de sus epístolas. Va dirigida a los griegos, los intelectuales, los doctos, se les expone por ello los acontecimientos de una forma más ordenada, en un marco geográfico más específico (quizá es el evangelio más histórico) para convencerles de que es el salvador universal e individual, para ellos también.
San Marcos y San Lucas (Juan Ribalta, 1625)
El de Mateo, que sí que era un apóstol (al que Jesús llamó en su mesa de recaudador de impuestos) va claramente dirigido a los judíos, por eso muestra la genealogía de Jesús (en el mundo hebreo, patriarcal y donde primaba la primogenitura, debía detallarse el origen de las personas para poder creer en ellas, un hombre no tenía tanta credibilidad por quién era como por quién era su padre), para mostrarles que es el Mesías. También se aprecia en todas las comparaciones con el Antiguo Testamento y la ley de Moisés, para mostrar que todas las profecías se cumplen en él.
La inspiración de San Mateo (Caravaggio, 1602)
En cuanto a Juan, sigue un esquema distinto y por ello no entra en el grupo de los sinópticos: más que ir dirigido a un sector pretende reforzar la fe de todos los cristianos, por ello el apóstol al que Jesús más quería establece un contexto mucho más espiritual y místico (como el Apocalipsis, atribuido también a Juan durante su retiro en la isla de Patmos).
San Juan en Patmos (Velázquez, 1618)
Ahora pensaréis, vaya turra está metiendo este ahora, qué más dará a quién iba dirigido cada evangelio si eso a mí no me afecta en nada. Pues ¿qué me dais si os demuestro que hemos tenido esta diferenciación a cuatro delante de nuestras narices? En un lugar donde se nos ha invitado a poner nuestra vida tantísimas veces, siempre hemos tenido delante este hecho que parece tan prescindible: en la propia cruz.
Flanqueando a Cristo tenemos a hombre, león, águila y toro.
Aquí tenemos el tetramorfos, los cuatro vivientes, una simbología que ha acompañado al ser humano a lo largo de toda su historia y a muchos no os será ajena: el hombre de san Mateo, que es el que representa a Cristo como hombre, para que tú veas que no era distinto a ti, que tenía hambre, sueño y angustia como la tenemos todos, que era débil como lo somos nosotros y tuvo la tentación constante de dejar a un lado la voluntad de Dios, desde que que fue bautizado en el Jordán hasta la oración en el huerto de Getsemaní, incluso estando clavado en la misma cruz; el león de Marcos, que en vez de iniciar con la natividad empieza su relato directamente con la predicación de Juan el Bautista, de la voz que clama en el desierto, que ruge como el león y pregona la fuerza de la voluntad de Dios, que actúa en Jesús y que quiere actuar también en ti y en mí, aquí, hoy; el toro de Lucas, un animal fuerte (aquí se dice lo de "tienes un corazón de toro") que representa los sentimientos de Jesús hacia todos nosotros, de desasosiego cuando pecamos, cuando nos condenamos, de compasión cuando nos acercamos a Él, cuando pedimos perdón, de justicia cuando nos vemos perseguidos, como fue perseguido Él; y el águila, símbolo clásico de la divinidad más alta, con la que se sintieron identificados los más grandes imperios de la antigüedad... va con San Juan, quien al igual que el águila observa el mundo desde lo alto para recordarnos que nos, si hemos muerto y resucitado con Cristo, busquemos las cosas de arriba.
Todos ellos siguen un esquema más o menos parecido por todos de sobra conocido, pasando del nacimiento e infancia de Jesús a su vida pública, milagros, ministerio en Jerusalén, Pasión... y hasta ahí cuento, que os destripo el final. Cada uno con las diferencias que hemos visto, y un millón de ellas más que no he mencionado por no eternizar la entrada de hoy, pero ninguno de ellos pretende engañar, no quieren vendernos la moto. Van de cara, no son manipuladores ya que cuentan desde la primera página toda la verdad: que Jesús de Nazaret es el Mesías, que les ha cambiado la vida y que también quiere cambiar la tuya, que te está llamando y hoy quiere entrar en tu casa. Tanto te quiere, tan preocupado está por ti que está llamando al timbre incluso ahora, para que no te saltes la cuarentena. Y tú con estos pelos, la habitación hecha una leonera... hazte un favor, y ábrele la puerta; que tan importante como que te laves las manos para repeler al virus es dejarle que limpie tu corazón, para purificarlo de toda la muerte y la desesperanza que conforman la verdadera epidemia de esta generación.

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