lunes, 16 de marzo de 2020

En cuarentena 1x15: Parrasio y Zeuxis

Por los tiempos en que Paneno floreció, se dieron los certámenes de pintura en Corinto y Delfos [...] Parrasio, dicen, que competía con Zeuxis. Este trajo las uvas pintadas con tanta verdad, que las aves llegaron a picotear, El otro trajo una cortina tan natural representada, que Zeuxis, orgulloso de la adjudicación por las aves, pidió que retirase el telón de una vez, para ver la imagen. A continuación, reconociendo su ilusión, admitió la derrota con hidalguía, ya que él había engañado a los pájaros, pero Parrasio había engañado a un artista como fue Zeuxis.
Plinio 'el Viejo', Historia natural (Libro 35)

En la cultura popular son muchas los artistas que han destacado a lo largo de la historia por la introducción de temas iconográficos novedosos, técnicas renovadoras, el tratamiento de la luz, el color, las figuras y otros factores. Sin embargo, es poco usual encontrar un nombre que sobresalga entre los demás artistas por motivos puramente legendarios, como es el caso de la célebre anécdota del duelo pictórico entre Zeuxis y Parrasio, del que este último sale ganador. Pese a lo que en un principio nos puede parecer un innegable carácter mitológico, podemos dotar a esta escena de una disposición en el tiempo, si identificamos a los protagonistas del relato con Parrasio de Éfeso y Zeuxis de Heraclea, considerados los pintores por antonomasia en su época. Como bien refleja el relato que nos ocupa, ambos pintores destacaron por una labor pictórica de un realismo de tal envergadura que sus obras se dice que eran capaces de confundir el ojo de alguien corriente, a quien podríamos identificar con los pájaros del relato, de igual modo que el de un artista experimentado como el propio Zeuxis.
Aunque no se conserve obra alguna de su autoría, sabemos que estas se desarrollaron a lo largo del período contemporáneo a la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.). Una de las piezas que alcanzaron mayor difusión en esta época sería la Helena de Zeuxis, de quien se dice que tomó como modelos a las cinco mujeres más bellas de Crotona para realizar una pintura de tal envergadura. Si bien no se apartó de los temas habituales en sus elaboraciones, la aportación de Zeuxis a la pintura recae sobre el valor que le concedía a la iluminación. Desde mediados del siglo V a.C. los herederos técnicos de Polignoto y sus coetáneos habían empezado a desarrollar la técnica del claroscuro: el tratamiento de la luz y el sombreado pasaban a ser síntoma de una técnica elaborada y profesional, y es concretamente a Zeuxis a quien Quintiliano le atribuye el descubrimiento de "la relación de luces y sombras". Este interés por la luz no sería ni mucho menos exclusivo de dicho artista, aunque varias fuentes sí coinciden en atribuirle la patente del fenómeno, que en su día fue revolucionario (pese a que sea a Polignoto a quien se le achaca su invención con más frecuencia). En su Historia Natural, Plinio 'el Viejo' refleja a un Zeuxis despreocupado por la acogida de sus obras por parte del público, al que consideraba carente del juicio conveniente para ellas al prestar más atención a la originalidad de la pintura que a los detalles. Se dice que en sus últimos días recibiría el encargo de una anciana de tomarla como modelo para un retrato de Afrodita, diosa griega de la belleza y la sensualidad, y en su ineludible burla hacia la vieja Zeuxis moriría de la risa.
El sombreado no fue la única técnica que evolucionó con sus predecesores. Panainos, sin ir más lejos, había contribuido al enriquecimiento de las posibilidades cromáticas para un mejor tratamiento pictórico de detalles muy difíciles de manejar, como la piel humana y los paisajes.
La persona de Parrasio nos ofrece, si cabe, un juicio más extenso en lo referente a la técnica artística de la época. Se desconoce si alguno de estos dos artistas se basó en la obra del otro para desarrollar su técnica, pero en las fuentes historiográficas de la época encontramos un pensamiento generalizado de que Parrasio alcanzó un nivel superior en cuanto a capacidad pictórica. Con un fenómeno realista en pleno desarrollo, el vencedor de nuestro relato sería uno de los máximos representantes de la pintura del definido como “estilo bello”, dándole gran importancia al claroscuro y la perspectiva, y centrándose en hacer de sus creaciones el reflejo más fiel de la realidad. Para ello supo servirse de las líneas de contorno, a las que dotaba de profundidad como también harían los primeros renacentistas casi dos milenios después. En palabras de Quintiliano, "es alabado por haber sabido terminar las líneas con toda finura". Y aún más: había sido capaz de ponerle rostro a algunas de las figuras más relevantes de la mitología popular, como Filoctetes o el titán Prometeo, y de transmitir con ellos a la perfección las emociones que reflejaban en muchos de los mitos transmitidos escrita u oralmente. En su República Platón critica duramente estas innovaciones acusándolas de engañar al espectador representando como realidad las apariencias suscitadas por los sentidos, cuando estas son meros reflejos del mundo auténtico, el de las Ideas. En contraposición, el escritor Jenofonte lo implicará en un diálogo ficticio con Sócrates en el que este le pone de manifiesto la importancia de la pintura como vehículo para retratar el alma, una concesión rechazada por la pintura hasta aquél entonces.
Volviendo al relato del lienzo y las uvas, este no es sino una confirmación de dos importantes hipótesis: que el objetivo primordial de los artistas de la época consistía en reproducir una imagen con la mayor exactitud posible mediante el escorzo, la matización de los colores y otras técnicas, como también indican otras anécdotas similares como la del caballo de Apeles junto al que relinchaban los auténticos; y que dicho realismo provocaría un gran malentendido entre las filas de los posteriores pensadores helenísticos, quienes rebajarían la condición de la pintura realista a una mentalidad que el mismo Zeuxis identificaba con el populacho, que prestaba más atención al parecido de la obra con la realidad que a la verosimilitud de las diferentes partes de la misma, como hacen precisamente los gorriones en esta anécdota al fijarse en el cuadro que ellas confunden con una vid verdadera.
¿Pero qué hay del cuadro de Parrasio? ¿La atención de quiénes capta la obra que no se basa en una imitación de la realidad, sino en un juego engañoso que proyecta al espectador una imagen distinta de la que en realidad ve? Hoy en día bien podríamos tomarnos aquella una pintura corriente, del montón, más allá de la agradable sensación de sorpresa que siempre supone un trampantojo. Pero contextualizando el relato bien podría tomarse la reacción de Zeuxis hacia el trabajo de su oponente, así como la del pueblo corriente (en la figura de los pájaros) hacia la del anterior, como genuina. Para una sociedad que no estaba acostumbrada a tales fenómenos, al encontrarse delante de obras tan originales lo relacionaban rápidamente con brujería, y sus autores eran considerados eso mismo: brujos, creadores de confusión. Un título que podría acotar no sólo su obra artística sino, según fuentes variadas, a su vida externa: Zeuxis lucía una capa con su nombre bordado en letras doradas; y se dice que Parrasio vestía el color púrpura de la realeza, y llevaba sandalias de oro en sus pies y una corona sobre la cabeza.
Legítimo o no, este relato no sólo nos brinda una descripción del arte del dibujo a finales del siglo V a.C., sino que nos introduce en varios factores y corrientes de la técnica pictórica que el mundo desconocía e implicaron un gran cambio en la sociedad.

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