jueves, 26 de marzo de 2020

En cuarentena 1x25: El hacha de oro

Ya que hace una semana pasé a limpio el cuento preferido de mi abuelo paterno, hoy desempolvaré un par de recopilaciones populares para traer de vuelta una de las historias que más veces escuché de niño, esta vez por parte de mi abuela materna... a la que mando un beso enorme, sabiendo que está intercediendo por toda la familia.

Érase una vez un pequeño poblado donde un humilde leñador se ganaba la vida y el pan para su familia sirviéndose de su vieja y manida hacha. Sucedió que un día, en su regreso vespertino a casa, mientras cruzaba el viejo puente de madera como cada tarde dio un traspiés y el hacha se precipitó en las aguas, hundiéndose hasta el fondo. El pobre hombre se lamentaba:
"¡No puede ser! Y ahora, ¿cómo me ganaré la vida?"
Tras unos instantes entre sollozos, de entre las aguas surgió la figura de una bella hada, que acercándose a él dijo:
"¿Qué te sucede, buen hombre?"
"Oh, señorita... mi único sustento para trabajar y mantener a mi mujer e hijos se ha caído al río, y no sé cómo recuperarla".
"No te preocupes, buen hombre: te ayudaré e iré por ella".
Inmediatamente el hada se sumergió en el río y, tras unos pocos segundos, regresó con una bellísima hacha de oro, que resplandecía como el sol.
"¿Es ésta tu hacha, buen hombre?"
"No, no lo es".
Tras la negativa del leñador, el hada nuevamente se sumergió en el río. Al rato retornó nuevamente y sosteniendo una reluciente hacha de plata, pero el leñador nuevamente dijo que no era suya.

El hada volvió a lo profundo del río y esta vez salió mostrando al leñador un hacha vieja, con la madera desgastada y el filo de hierro.
"¿Es ésta tu hacha Leñador?"
"¡Sí! Gracias, muchas gracias... ésa si es mi hacha".
"Por haberme demostrado tu honradez y humildad, te mereces también las hachas de oro y plata que traje anteriormente".
El leñador se lo agradeció nuevamente, puso las hachas en su saco y luego se retiró muy contento para continuar su vuelta al pueblo.

De camino a su hogar, el leñador se encontró con un vecino y le contó todo lo que le había sucedido con el hada. Este vecino, que era una persona a la que no le gustaba trabajar más de lo necesario, sintió envidia y de inmediato fue a aquél río con un hacha vieja para probar suerte con el tesoro que le había tocado a su compañero. Una vez allí, arrojó el hacha al río a propósito y se puso a llorar de forma patética.

Tras un rato apreció el hada y le preguntó por qué estaba triste. Él, entre lagrimas, le respondió que se le había caído su hacha en el río y la necesitaba para dar de comer a su familia. El hada respondió amablemente que le ayudaría como había hecho con su vecino, y se zambulló en las aguas. Tras unos segundos apareció con un hacha de oro, y le dijo al hombre:
"¿Es ésta tu hacha, leñador?"
"¡Sí! ¡Ésa es mía!" –gritó el otro eufórico, extendiendo sus manos para cogerla.
"¡Mentira!" –replicó el hada–. "Ésta es mi hacha. Si deseas la tuya, recupérala tú mismo del fondo del río."
Tras esto, el hada desapareció entre las aguas del río. Y el hombre codicioso se quedó sin hacha y sin tesoro.

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