martes, 10 de marzo de 2020

En cuarentena 1x09: Cómo aprobé filosofía gracias a Los Miserables (2ª parte)

Aquí tenéis la continuación de la disertación sobre la peli de Los Miserables que, como ayer os comenté, fue la responsable de que aprobase filosofía en la convocatoria de septiembre de 1º de bachillerato. Que os aproveche, campeones.
Documento gráfico del día que fui con mis padres a ver el musical, aquí os dejo la reseña. Qué jóvenes...
Los amigos del ABC. El discurso de Enjolras.
En este apartado entraré en detalle a través de la obra literaria de Victor Hugo y del ensayo publicado por Mario Vargas Llosa sobre la misma: La tentación de lo imposible.
Nos encontramos en París, cuna de la Ilustración, donde cuarenta y tres años después del estallido de la revolución, vuelve a haber implantado un sistema que oprime a la ciudadanía francesa. Esto indigna a la gran mayoría de la población, pero son los jóvenes estudiantes de leyes quienes protagonizarán este (histórico) fallido golpe de estado. El principal de estos es Enjolras, un joven de rostro angelical que habría tenido un gran éxito entre las mujeres de haberles prestado un mínimo de atención y no haberse dedicado, como hizo, plenamente a la causa revolucionaria. Su amor únicamente se dirige hacia la patria y la república, y son sus férreos y ardientes ideales los que le llevan a ser el indiscutible líder del grupo de estudiantes conocidos como "Amigos del ABC" (en francés, abaissé significa humillado, abatido, por lo que serían los amigos del pueblo oprimido). Se nos presenta esta asociación como un grupo variopinto de amigos que debaten sus ideales y diversos pensamientos sociopolíticos en un café de la capital, terminando por construir una barricada a las puertas del mismo punto de encuentro.
Cada estudiante representa una facultad que el autor consideraba indispensable a la hora de formar una asociación como esta: frente a Enjolras, que encarna la lógica de la revolución, sus dos lugartenientes, Combeferre y Courfeyrac, representan la filosofía de la revolución y el valor de la amistad, respectivamente (en este último se puede ver reflejado en su apego hacia el pequeño Gavroche, siendo el que sale al campo de batalla a rescatar su cuerpo; en el libro, es quien introduce a Marius después de ofrecerle ser su compañero de piso tras la discusión con su abuelo aristócrata que terminó por expulsarle de casa). Otros personajes menores como Feuilly, el único miembro del club que trabaja en lugar de estudiar, y Joly, un alicaído hipocondríaco, encarnan el ideal marxista del proletariado y el cinismo inherente a toda revolución. Quien mejor refleja el carácter romántico y aventurero es el poeta Jean Prouvaire, apodado Jehan, mientras que Lesgles (o Laigle, según la versión, también llamado Bossuet) representa con su eterna sonrisa frente a una constante mala fortuna, que le ha llevado a quedarse calvo a tan corta edad (detalle tristemente omitido en la película), la perseverancia necesaria en toda empresa de tal calibre. Sin embargo, en medio de todos estos espíritus convencidos del ideal revolucionario se encuentra también un escéptico: Grantaire. Borrachín, siempre con una botella en la mano, su único interés por la causa es la admiración ciega que siente por Enjolras, que roza el fanatismo. Esto puede querer demostrar, en cierto modo, que los polos opuestos se atraen.
En la novela y, en menor grado, en la película, tiene lugar un debate en el Café Musain cuyos principales participantes son Marius y Enjolras. Mientras el primero ensalza el valor de lo terrenal, el amor a primera vista y el placer de lo concreto, el otro insiste en la presencia de una causa mayor que todos deben estar dispuestos a abrazar. Enjolras duda de si sus compañeros estarán, como él, dispuestos a dar su vida por la causa: Have you asked of yourselves what's the price you might pay? (¿Os habéis preguntado el precio que deberéis pagar?). Finalmente, todos se ponen de su parte y salen a la calle a la muerte del general Maximilien Lamarque, personaje histórico y último simpatizante de su causa entre las filas del parlamento parisino, al son de la canción del pueblo:
Do you hear the people sing,
singing the song of angry men?
It is the music of a people
who will not be slaves again.
When the beating of your heart
echoes the beating of the drums,
there is a life about to start
when tomorrow comes.
En la novela tiene también lugar un discurso de Enjolras en la barricada, que pone su esperanza en un nuevo siglo renovado en el que la libertad del hombre sea más importante que el enriquecimiento de los poderosos. Este tema da que pensar, ciento y pico años después no se puede decir que hayamos progresado mucho. Parece mentira que hayamos defraudado así a Enjolras...
Antes del alba, Grantaire entona una melodía (estrofa omitida en la película, aunque sí forma parte del musical) en la que increpa a los revolucionarios por no tomarse en serio su vida. ¿Para qué quieren morir? ¿Qué sentido tiene tanto luchar si al final también les van a olvidar? ¿Es vivir sólo una mentira más...? Las rebuscadas palabras del ebrio filósofo llegan a atormentar la mente de los estudiantes, hasta de Enjolras, quien por un momento llega a dudar de la validez real de sus actos... duda que le acompañará durante las pocas horas de vida que les quedan.
Finalmente, la causa de los amigos del ABC fracasa, pues su barricada no sirve de ejemplo para un pueblo que no se termina de alzar. Pese a ello, todos sin excepción deciden vender cara su vida y continúan el combate, cayendo uno a uno hasta que sólo queda en pie su líder, condenado a morir al instante. Es entonces cuando aparece Grantaire, que dormía borracho en el suelo de la taberna desde la noche anterior, pero al abrir los ojos y contemplar a su ídolo frente a las bayonetas comprende la situación al momento y, al grito de "¡Viva la república!" se coloca junto a su contrapartida: el escéptico frente al soñador, el ateo frente al creyente, y mueren simultáneamente mientras enarbolan la bandera roja de la revolución.

El dilema de Javert. ¿Villano o incomprendido?
Cualquier persona con un mínimo de experiencia sabe reconocer la figura del antagonista de una historia, y nadie puede negar que en este caso este personaje tipo lo encarna el crudo inspector Javert. Sin embargo, hemos de hacer un paréntesis en esta precipitada afirmación, ya que erróneamente se ha reconocido durante largo tiempo en él al villano, un malvado hombre rencoroso cuyo objetivo es dar caza al héroe de la historia, personificación del bien, de forma injusta. ¿No es así? Si Javert es el antagonista, es decir, la contrapartida de Jean Valjean, ha de representar el mal en todo su esplendor, ¿cierto? Además, aquel que intente hacer el mal al inocente (a quien, como es el caso de Valjean, no lo merece) ha de ser sin ninguna duda un mal hombre, un malvado. ¿Verdad? Con la esperanza de haber sembrado la duda en la mente del lector, proseguiré.
La historia de Javert no dista demasiado de la desdichada Cosette en sus primeros años en compañía de los fatídicos posaderos. Si bien la película solo hace una mención a su oscuro pasado (a Valjean le confiesa: nací en una celda, nací entre escoria), queda clara la idea de que el proceso que le llevó a ser guardia del presidio de Toulon, donde le conocemos inicialmente, no fue un camino de rosas. En el libro entra en profundidad: nació en un presidio, huérfano de padre y con una madre prostituta que leía la buena fortuna al resto de presidiarios. No conocer a su progenitor le llevó a buscar una figura paterna en lo más cercano a él en aquellos primeros momentos de vida, lo que presidía la prisión en que fue criado: la propia ley. Su dura infancia le indujo a rechazar todo lo relacionado con la vida de su familia, a rehusar a tomar el cargo que estaba destinado a vivir. Así acabó como guardia de presidio y, posteriormente, entregado a la ley como jefe de policía, llegando a ser el encargado de la justicia de la capital francesa.
Javert construye su moral sobre los cimientos de la ley humana, una ley de piedra firme, inflexible e imparcial, como llegó a ser él mismo. Su error estaba en no juzgar a las personas de forma individual, como le ocurría con Jean Valjean, una alma pura castigada desproporcionadamente por el peso de una ley que, al ser humana, puede llegar a equivocarse. Pero Javert no era consciente de este error, o en todo caso no lo reconocería jamás: había pasado toda una vida cumpliendo con la ley, convencido de que la obligación moral consistía en cumplir la norma a rajatabla. Y así ha de ser, porque así está escrito en la puerta del Paraíso: que quien flaquee y quien caiga [en la tentación] ha de pagar un precioDe este modo termina dividiendo a la población mundial en dos grandes grupos bajo esa premisa: quien cumple con la ley y quien no, inocente o culpable, policía o ladrón, héroe o villano. Es paradójico, quizá hasta irónico, que la mentalidad cerrada del personaje sea un reflejo tan fiel del porcentaje del público que lo ha denostado desde la publicación de la obra en 1862.
Sin embargo, según el prisma por el que el policía visualiza el panorama general, no está cometiendo error alguno. Él es el héroe de su historia, no por salirse con la suya sino por guardar la paz en la sociedad que le ha permitido salir de su fatídico origen para entregarse en cuerpo y alma a hacer cumplir dicha ley. Javert no cree que pueda haber más excepciones que la que, sin que lo sepa, encarna él mismo: vive regido por un sistema de etiquetas, de bipolaridad radical, y no concibe la idea de que un hombre que comete un delito pueda enderezar su vida lo suficiente como para ser considerado un hombre honorable. Pues Jean Valjean ha cometido, indudablemente, delitos; si bien el robo de una barra de pan no es motivo para tenerle diecinueve años entre rejas, sí que se explica un poco mejor tal condena cuando se le añade a dicho crimen el de intentar evadirse en varias ocasiones. Al salir de la cárcel, si bien es empujado a ello por la crueldad con la que ha sido tratado hasta entonces, roba la plata del obispo Myriel (y en la novela, incluso después de haber recibido el perdón por parte del clérigo, comete un nuevo acto de impiedad al robar la moneda que se le había caído a un niño llamado Gervasillo o Petit Gervais, si bien se arrepiente inmediatamente y trata de devolvérsela). ¿Debe estar la ley suscrita a cláusulas sobre la caridad, sobre la redención? Valjean, como todo ciudadano, debe cumplir una condena si comete un crimen, pero en su caso resulta de corte altamente desproporcionada; pero eso no es responsabilidad del inspector de policía, al menos no inicialmente. Su concepción hermética de la vida le lleva a ser artífice de verdaderas injusticias, pero su única motivación real es la ley. Hoy en día, si en España hubiera más funcionarios como Javert, no nos encontraríamos a diario frente a titulares noticiarios sobre casos de corrupción.
Esto puede verse con claridad cuando Javert comete el "error" de denunciar al señor Madeleine como el exconvicto Valjean y le informan de su "equivocación" al haberse capturado al prófugo (en realidad, un inocente): no duda en hacer al alcalde partícipe de la noticia, y aun teniendo serias dudas de la conclusión a la que han llegado sus superiores se entrega con objeto de que se le degrade por haber incumplido la ley al denunciar falsamente a un cargo público (en el libro, directamente, presenta su renuncia al cargo de inspector). Esto demuestra las verdaderas motivaciones del inspector respecto a cumplir lo que está escrito, incluso en sus propias carnes: está dispuesto a pagar el precio que él mismo impone a quienes no cumplen con lo establecido, es un auténtico esclavo de la ley.

La hora de la decisión: reminiscencias bíblicas.
Sin embargo, toda su organización moral comienza a flaquear cuando Valjean, a la hora de poner fin a la persecución, es decir, en el momento en que tiene en sus manos la vida de Javert, decide dejarle con vida. Nada puede desequilibrar más a una mente cerrada como la del policía que el afirmar con hechos incuestionables que una y una no siempre son dos, que no todo es blanco o negro, que una vez ladrón, no siempre se es ladrón. La ley inamovible de Javert no es capaz de concebir la redención de Jean Valjean, se niega a creer que el hombre se ha convertido, incluso tras su irónica liberación en la barricada. Todo esto lleva al policía no sólo a replantearse su vida, sino a asumir que la ha pasado viviendo engañado y siendo partícipe de una injusta persecución; es ahí, al encontrarse encerrado entre dos crímenes, el crimen legal de dejar huir a un prófugo y el crimen moral de arrestar a quien, pudiendo matarle, le dejó libre, cuando el buen inspector se quita la vida.
No serán pocos los que habrán notado el gran parecido entre las escenas de los dos soliloquios de los personajes principales de la obra (musicalmente, idénticas). Ambos se replantean la vida tras haber sido perdonados por alguien que tuvo en sus manos su vida y pudo habérsela quitado; es más, alguien que habría hecho lo correcto al quitársela: el obispo Myriel habría obrado legalmente y con sentido común al entregar a un bandido como Jean Valjean a la justicia por haberle robado la plata; mientras que Valjean habría actuado con cabeza e incluso, dentro del camino del héroe, con lógica si eliminaba al prisionero, al espía, al hombre que había dedicado su vida a perseguir a un justo de forma injusta. Ambos se ven en sus manos con una frágil decisión: el elegir si cambiar conforme a su moral les indica o desistir, volver a reanudar su vida como si nada hubiera sucedido o incluso ponerla fin para siempre. Finalmente, ambos se deciden por escapar ahora de este mundo, del mundo de Jean Valjean, el primero rompiendo con su pasado proscrito y el segundo saltando a las fauces del Sena para no volver.
No es muy distante el caso de dos de los principales apóstoles de Jesús de Nazaret que, en la propia Pasión, a la hora de la verdad, se dan cuenta de que han traicionado al que ellos mismos llamaban "hijo de Dios". Simón Pedro, junto a Jean Valjean, experimenta el perdón de Dios y su amor misericordioso, arrepintiéndose de su crimen (el de negar haber conocido a Cristo tres veces seguidas) llorando amargamente, para convertirse en la cabeza de la Iglesia cristiana, en el intermediario entre Dios y los hombres, vicario de Cristo en el mundo. Y por el otro lado está Judas, que equivaldría a Javert. Este, inteligente y menos corto de miras que el resto de los apóstoles, creyó saber cuándo poner fin a la revolución social causada por su maestro y creyó estar dándole el empujón que necesitaba al entregarlo al Sanedrín para que lo interrogaran. Sus actos no contenían una auténtica maldad, o al menos no dejan eso en evidencia los evangelios; incluso su reiterado interés en el dinero como responsable de la bolsa del grupo de los más allegados queda relegado a un segundo plano cuando termina por arrojar las treinta monedas de plata al suelo del templo. A diferencia de Pedro y Valjean, que únicamente pensaban en sobrevivir: al afirmar ante una simple sirvienta que ni tan siquiera conocía a aquel a quien horas antes había jurado fidelidad absoluta, llegando a afirmar que estaba dispuesto a morir junto a él (y el otro, al robar la plata del único que, después de salir de la cárcel, había mostrado amor y hospitalidad hacia él). Sin embargo, aunque el acto de Judas tenía una "mayor alevosía", la realidad era que había traicionado al hijo de Dios, un pecado difícil de asimilar. Es por esto que, al igual que el implacable inspector es incapaz de asimilar que se derrumbe su concepción hermética de la realidad sobre la que ha asentado sus principios y su vida, Judas no puede concebir la idea de haber entregado al Mesías esperado por su pueblo a los no creyentes que terminarían por crucificarle; a diferencia de Pedro, no puede asimilar tampoco el perdón divino, no puede concebir el hecho de que Dios lo amaría incluso habiendo sido el responsable directo de su muerte. Esto es lo que le lleva a ahorcarse, y su auténtico crimen: no el de entregar a Cristo, sino el de renegar del amor de Dios. Del mismo modo, lo que lleva a Javert a asumir el rol del villano (que por lógico les corresponde a los Thénardier, auténticos desalmados) no es perseguir a Valjean por haber sido un ladrón, sino ser incapaz de asumir que las personas cambian, y que puede ser merecedor de una segunda oportunidad.

Reflexión final.
Los Miserables es y siempre será una obra de carácter mundial, pues trata temas tan universales como el amor, la esperanza o el perdón, pero también entra en materia de justicia, opresión, inocencia, necesidad de progresar, de ser comprendido, de un mundo más igualitario... son temas tan recurrentes que los podemos encontrar en cualquier lugar, desde el Génesis hasta Shakespeare, pasando por sinfonías de Beethoven, largometrajes de Hitchcock o Spielberg y cuentes populares de Andersen o los Grimm. Pero esta obra lo posee todo en una sola sustancia, es el universo entero condensado en unas pocas páginas. En cuanto a la película, quisiera destacar el valor de Russell Crowe a la hora de interpretar a un personaje tan complejo y de un carácter dramático y musical tan exigente (muchos expertos consideran a Javert como uno de los personajes más difíciles de interpretar en el mundo del musical) sin poseer una carrera musical como cantante, como pueden tener otros miembros del reparto. Y destacaría también la labor del resto del equipo, en especial de Samantha Barks y Aaron Tveit, en los papeles de Eponine y Enjolras.
Esta es, en mi humilde opinión, una verdadera joya de la literatura y el cine, y nadie debería privarse de ser partícipe de ella. Es, simplemente, magnífica.


05-09-2014

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